Cuentan las mujeres que tenían un punto de socialización, una vez por semana y su cita era en los lavaderos municipales, allí todas acudían con sus hijos y pasaban largas horas lavando las ropas y los niños jugando encima de los lavaderos.
Cada lavadero, que se ubicaba en los pueblos más poblados de la zona, congregaba cada tarde a decenas de mujeres que acudían cargadas con cestas y calderos a lavar la ropa. La mayoría de ellos fueron construidos entre los años 1820 Y 1830, una infraestructura que era un punto de encuentro donde se contaban las últimas noticias del pueblo. Sin embargo, este trabajo no remunerado les pasaba factura con dolencias de espalda, cadera y riñones y no era un alivio para las espaldas de muchas de esas mujeres que se pasaron media vida frotando con la pastilla de jabón agachadas en los lavaderos o en el río.
La llegada de la lavadora no llegó a los hogares de la Serranía hasta los años ochenta pero no todos los hogares podían presumir de dicha herramienta, ya que algunas familias no contaban con los medios económicos para su compra. Poco a poco los lavaderos quedaron relegados a un segundo plano.

Hacíamos de todo…En su cuello llevan colgadas la medalla de oro por el arduo trabajo sin compensación económica. Todas han trabajado desde temprana edad en el campo fundamentalmente, en la ganadería de sus padres.
En invierno, las coladas las hacían en la fuente de Aguas Calientes, con aguas más templadas que las que traía el arroyo del mismo pueblo antiguo, junto a la peña de San Juan. ¡Vivan las mujeres rurales! ¡Vivan las mujeres de Hiendelaencina!
¡FELIZ DÍA VECINAS DE HIENDELAENCINA!
